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Escrito por: Oscar Rivadeneyra "Martes 26 de julio de 2005"

Tren Regresado

Desde que el ingeniero Monsieur Papau arengaba a sus obreros en la construcción de los puentes del ferrocarril hasta que el tren turístico, este verano, se disponga a recorrer las calles más entrañables de la anatomía bejarana, un siglo largo y estirado hemos visto transcurrir esperando impacientes la llegada de las locomotoras o despidiéndolas con un agitar de pañuelos huérfanos. El regreso del tren tiene en Béjar visos de "espera a Godot"; como Penélopes, tejemos y destejemos los paños que nos quedan, aguardando la vuelta del Ulises ferroviario. Por eso diseñamos émulos de los viejos vagones de mercancía y pasajeros, réplica turística de aquellos, no tanto para dar salida a la incertidumbre de los visitantes que recibimos, sino para sanar estivalmente la nostalgia del tren perdido. Si aquel, que un día partió sin regreso de la estación de La Fabril, penetraba fálicamente la entraña rocosa de la ciudad buscando, quién sabe si el paradero de nuestra alma en esas interioridades, el nuevo tren turístico, sin más raíles que nuestros pasos diarios, recorrerá en círculo vicioso la estrecha geografía de la localidad, un paseo por la historia sin estaciones, por las calles y callejuelas, que en tardes de verano son lo único que queda abierto pues todo el mundo aletarga una resaca o mira las cuestas del Tour de Francia nunca tan inclinadas como la cuesta del Pino o la de la Quebradilla. El efímero idilio que tenemos con la masa turística en puentes, semanas santas o veranos, se rompe cuando nos dejan por mejores amantes que siempre están en oficinas de turismo mucho más remotas y eficientes, por eso el turista es mercancía en vagones, de quien se saca la rentabilidad justa y a quien se despide sin más que ofrecernos ni ofrecerles.

Mientras en el resto de España se abren venas de trenes de alta velocidad y se perforan montes para unir las capitales con líneas rectas y euclidianas, en el Oeste eterno nos consuelan con un tren simulado conduciendo diariamente a sus pasajeros a nuestro extremo de murallas, es decir a un regreso medieval al pánico por los extramuros, un retorno continuo de locomotoras y guías turísticos que exprimen los gajos de esta bella ruina que es Béjar. Aquí, donde el último tren de 1984, el de verdad, partió repleto de una generación de jóvenes, ya desarraigada en el anonimato de Madrid, Levante, Palma de Mallorca o Marbella.

Entre abundancia de monumentos clausurados y escasez palaciega el propio tren turístico y paseante se convertirá en la auténtica atracción más que lo que desde él se enseñe, porque nuestro subconsciente sigue soñando con religiosa fe en volver a habitar las vías con el justo ferrocarril. Y la ciudad, vieja dama recostada en solanas, desea volver a ser poseída en su intimidad de túneles, por un tren seducido a diario.

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